Por Ruth Patricia Diago
Tendrías que verme ahora
sin un botón encima,
los pies colgando por fuera de la cama
y la furia en gestación
de los diluvios suspendidos en invierno,
expectante como el crudo manjar que secamente desde su recinto vidriado
sueña con la casualidad solícita e hirviente
de alguna tiznada cacerola...
En la misma situación del jacinto
que ha entregado sus ofrendas a esta oscuridad caníbal
que disfraza de horrores los contornos.
El abanico despedaza en sus aspas el último vestigio de moral, mi ángel custodio se ha puesto a salvo bajo una hoja de papel abandonada.
Las fieras trepadas a su rama pretenden
haber extraviado su altivez
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